Línea recta


Los recuerdos con papá son en línea recta, como el largo camino que recorríamos todos los sábados al atravesar la ciudad de norte a sur sobre el Periférico de la Ciudad de México. Disfrutaba el camino; el ruido del motor se convertía en el tercer pasajero. Ronroneaba en nuestros silencios más profundos. 


Nunca sabré adónde iban los pensamientos de papá; tal vez, simplemente a verse llegar a la cancha de futbol, aventar la maleta en el pasto, saludar a los amigos, vendarse los tobillos, ponerse las apretadas mallas blancas que cubrían sus pantorrillas, sacudir el pasto de los tenis del juego anterior, encontrarme con la mirada antes de comenzar el partido, darme unas monedas y despedirse con “No olvides estar atenta al marcador”.


Jamás me incomodó quedarme sola mientras él jugaba. Era la única oportunidad de gastarme el dinero en dulces sin compartirlos con mis hermanas. Al terminar el juego corría a su lado para decirle los resultados. Notaba como poco a poco su respiración y el color en de las mejillas volvían a la normalidad. Mientras se quitaba las vendas de los  tobillos, guardaba sin ningún cuidado los tenis y calcetas llenas de pasto y lodo, escuchaba las quejas contra el árbitro; le decían vendido. Yo pensaba que a mamá no le agradaría lavar toda esa ropa sucia. Pasé tres años más, cada sábado, atravesando la ciudad de norte a sur.


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