Antes de dar el sí


Tenía diescies años cuando conocí a Mariano en la prepa. Lo veía de vez en cuando en los pasillos antes de entrar al salón de clases. Era tímido y de pocos amigos. Me gustaba que me siguiera en silencio con la mirada hasta que me perdía de vista. Un día, se envalentonó y sin preámbulo me pidió que fuera su novia. Me tomé varias semanas antes de darle el sí. Me gustaba su melena lacia hasta la espalda, su aroma a suavitel y esas playeras con letras ilegibles de bandas metaleras. Siempre me ha atraído la gente con personalidad, aunque les llamaran, “pandrosos”, “raritos”, “freakies”. Yo también era una de ellos.

Una tarde, después de clases, decidimos ir a la casa de la tía de Mariano, que iba a estar sola. Con un buen arsenal de caguamas llegamos y, tras varias rondas terminamos como siempre enredados en besos. Besar era lo nuestro, podríamos hacerlo por horas hasta terminar con los labios hinchados por tanto roce. Pero esa vez fue diferente.

Torpemente, entre risas nerviosas y manoseos ansiosos, entramos en una de las habitaciones. Nos ayudamos a quitarnos la ropa y terminamos recostados en la cama. Con los calzones semi abajo, sentí su pene duro buscando entrar en un orificio de mi cuerpo que no sabía que existía. Mientras empujaba sus cuerpo hacia a mi, la tía de Mariano abrió la puerta de un sopetón.

Y allí estábamos, dos adolescentes con el curo al aire, sorprendidos. Nos vio sin decir nada, cerró la puerta. Ese casi primer encuentro sexual fue la antesala a muchos otros encuentros desastrosos. Aquella tarde en una cama desconocida descubrí la culpa y el pacto no escrito que, sin saberlo, había hecho con mi madre.

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