Al azar




Aleatoriamente como cuando programo música en el Ipod por la mañana antes de salir de casa, escogí el día de hoy para cancelar tarjetas de crédito, saldar cuentas pendientes y archivar papeles.

Será que mi viaje en puerta estaba pronosticado para no regresar, en ese momento no lo sabía fue hasta después de un mes que me encontraba comiendo enchiladas de mole negro frente al templo de Santo Domingo, en Oaxaca, donde advertí que debo seguir confiando en mi sexto sentido.

Me enlisté al batallón o al botellón, no estoy seguro, sólo seguí a la multitud desenfrenada dirigirse a la casa del gobernador. Después de eso sólo recuerdo estar de pronto debajo de un escritorio de madera ocultándome de las constantes piedras, botellas y palos arrojados precisamente por la bola de revoltosos a quiénes me les había unido anteriormente. Desorientado e incómodo compartía el refugio con un hombre en cuclillas que vestía camisa blanca, corbata y pantalón de casimir gris, lucía aún más asustado que yo, lo reflejaba en el color de su piel pálida casi amarillenta de bilis. Entre gritos de angustia al escuchar estrellarse los vidrios decía “yo sólo trataba de cumplir con mi deber”, y balbuceaba algunas otras palabras en voz baja que mitigaban su llanto.

Me acurruqué, metí la mano en la chamarra y quedé por aludido el motivo de estar a al lado del hombre chillón. Traía una granada en el bolsillo derecho de la chamarra. Sólo dije “perdóname dios mío por lo que voy hacer”.
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