No había reparado en la difícil tarea de escribir sobre alguien que yace seis metros bajo tierra. Los recuerdos los acomodamos a nuestro antojo. Lo malo pesa y se queda como un tronco mal cortado.
Tenía diescies años cuando conocí a Mariano en la prepa. Lo veía de vez en cuando en los pasillos antes de entrar al salón de clases. Era tímido y de pocos amigos. Me gustaba que me siguiera en silencio con la mirada hasta que me perdía de vista. Un día, se envalentonó y sin preámbulo me pidió que fuera su novia. Me tomé varias semanas antes de darle el sí. Me gustaba su melena lacia hasta la espalda, su aroma a suavitel y esas playeras con letras ilegibles de bandas metaleras. Siempre me ha atraído la gente con personalidad, aunque les llamaran, “pandrosos”, “raritos”, “freakies”. Yo también era una de ellos. Una tarde, después de clases, decidimos ir a la casa de la tía de Mariano, que iba a estar sola. Con un buen arsenal de caguamas llegamos y, tras varias rondas terminamos como siempre enredados en besos. Besar era lo nuestro, podríamos hacerlo por horas hasta terminar con los labios hinchados por tanto roce. Pero esa vez fue diferente. Torpemente, entre risas nerviosas y manoseos...
Éramos las primeras en la fila. Llegamos tres horas antes de la cita. Hacía frío. Era una mañana lluviosa; un día usual en una de las ciudades donde se consume más café y se ven más películas que en cualquiera otra parte de Estados Unidos. El combo perfecto para alcanzar altos índices en depresión y suicidio. Le llaman la ciudad de la eterna lluvia. Volvamos a la fila. No era un día luminoso, era un día gris, un día común. Le pedimos al chico de melena rubia y gorrito que estaba adelante de nosotras que nos apartara el lugar. Asintió sin mirarnos. Caminamos unas calles más hasta encontrar una tienda. Nos sorprendió que la fila estuviera igual de atiborrada que la que habíamos dejado unas cuadras atrás. Al parecer, no había otra cosa que hacer en un día gris en Seattle, que buscar café y cigarros. La agüita ligera arreció nos cubrimos la cabeza con los gorros de la sudadera, encogimos los hombros y nos formamos. En la espera...
Es muy difícil encontrar a un buen peluquero, pero es mucho más díficil conservarlo. Algunos fallecen, otros tantos se jubilan antes de los cincuenta y otros más deciden renunciar sin dejar rastro alguno de su nuevo paradero. Tal vez, se pregunten por que una mujer acude a una barbería y pone su pelo en manos de un varón, pero si deseas encontrar al barbero ideal, sugiero leer los siguientes pasos. 1. Pretender que disfrutas de charlas sobre fútbol. 2. Disimular el olor de la bata a trapo viejo. 3. Agredecer los cupones de descuento de corte de bigote y patilla. 4. Evitar escupir en el suelo. 5. Dejar buena propina. A pesar de las exigencias, la única razón por la cual mi barbero es el mismo desde hace cinco años es que hace exactamente lo que quiero. Happy Trim.
Comentarios
Publicar un comentario