Voy de frente y no me quito.


Se abren las puertas del vagón del metro y de pronto frente a mí, se cruza el hombre más alto que he visto en toda mi vida. Ahí estaba, caminando apaciguadamente por los pasillos de la estación del metro Balderas.

Mientras se alejaba yo pensaba que no podía dejar pasar ese breve encuentro, necesitaba verle con detenimiento, de hecho, me hubiera encantando hablarle, pero el "approaching" nunca se me dio, además, que le hubiera preguntado -¿dónde compra sus pantalones señor-? aunque pensándolo bien, no es una idea disparatada, existen tiendas de ropa para tallas extras, porque razón no habría para colosos.

Así que aceleré el paso, pero por más que me apresuraba, él comenzaba a perderse entre la multitud, bueno, es un decir, era imposible perderlo de vista gracias a que un cuarto de torso sobresalía como iceberg en aguas negras.

De pronto, al final del pasillo el gigante estaba muy quieto frente a un puesto de periódicos, al lado de él había un simpático liliputiense, lo más extraño es que ninguno de los dos notaron su presencia, de hecho, el resto de la gente que pasaba junto a ellos tampoco.


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